No tenían muchas cosas
en común, sus edades
eran distintas, sus maneras de caminar
no coincidían y mucho
menos su estatura.
Nunca pensaban igual,
tenían ideas muy
diferentes. Él era dueño de
sí mismo, ella una niña
insegura pero dura. Sus manos parecían
haber sido hechas como piezas
exactas para encajar una con la otra,
con los dedos entrelazados
y mirándose a los ojos.
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